La odontología española, está considerada como una de las mejores del mundo. Su calidad y como derivada, el precio de sus servicios, es homologable a cualquier país avanzado.
Cuando una especialidad sanitaria utiliza tecnología punta, cara y de ciclo corto, una elevada preparación científica y además la combina con capacidad artística y tiempo para ensamblarlas, explica que la excelencia no pueda ser barata, ni en España ni en ningún otro lugar del planeta.
En los últimos años, sin embargo, ha surgido una plétora de ofertas oportunistas en lo económico, que basándose en una publicidad engañosa, quieren hacer creer a la población que sus tratamientos low cost son homologables en calidad.
Parece razonable pensar que, un acto médico, no pueda ser franquiciable, porque no es un producto manufacturado idéntico, en el que el usuario sí puede comparar sólo su precio.
Las franquicias sanitarias, viven de hacer creer a la población desinformada, que todos los profesionales son iguales, cuando no lo son la experiencia, el conocimiento, la preparación y los medios técnicos. Las diferencias, pues, son evidentes y por desgracia, también sus consecuencias, como estamos hartos de comprobar.
El mensaje de estas líneas, no es prodigioso, pero sí doble, uno, que la calidad tiene su precio, y el segundo, que los dentistas no son todos iguales, como tampoco lo son, los toreros, los abogados o los futbolistas… Las franquicias, sin embargo, se empeñan en difundir lo contrario, lo que dicho, en prime time, por una cara bonita o conocida, puede llevar a la confusión a más de uno. La publicidad engañosa es siempre obscena, pero si además es sanitaria, peligrosa.
La calidad, como era esperable, sigue anclada en los pilares de siempre: el trabajo, la preparación, la seriedad, el reciclado permanente y la experiencia del que ejecuta el acto médico, es decir, nada nuevo bajo el sol. Por lo cual, ni son baratos… ni buenos.